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Duelos y primaveras

Mañana comienza la primavera, el 21 de septiembre florece aquí la estación. El ánimo de la ciudad cambia y los estudiantes celebran su día aunque aún se respire el frío y la garúa corone la jornada.

En esa hermosa fecha, hace un año decidiste partir.

Recuerdo los días de mi infancia cuando lo eras todo para mi y me dormías en tus brazos caminando de un lado a otro cantando una canción. Me pregunto qué preocupaciones te acechaban en silencio mientras me arrullabas con amor. Pienso en el apartamento, tan chico, en donde te las arreglaste para tener un taller donde construir, crear y remendar; recuerdo el sonido del taladro y del serrucho y el aserrín colándose en todas las rendijas del tablado. Y las caminatas por el centro agarrada de tu mano por calles inhóspitas que en tu compañía se hacían menos oscuras, conversando sobre el bien y el mal mientras tu recogías tuercas, tornillos y piezas al azar que después eran ensambladas en alguno de tus inventos. Recuerdo tus regalos: unas tijeras con punta redonda que me entregaste una noche, un rosario que brillaba en la oscuridad... y tus cuidados, tu dedicación cuando una de tantas enfermedades infantiles me atacaban y más tarde también cuando, ya adulta, enfermé y de nuevo me curaste con amor e intentaste comprenderme cuando yo sufría por cosas que nos distanciaban y que ya no te podía contar.


El duelo es así, viene volando en virutas de aserrín, en tuercas callejeras, metales oxidados, copetones y ramas movidas por el viento que me tiran guayabas y pomarosas y me llevan a un río en una vereda a la que un día te acompañé a visitar a un viejo amigo. El duelo viene en ráfagas de luz tamizadas por las hojas del árbol que plantaste en nuestra casa, construida pensando en que a cualquier hora del día tuviera sol. Te veo sentado en el comedor durmiendo apacible tus siestas breves y en el taller del patio metido en tus proyectos, tan actuales ahora: un acueducto propio con el agua de la lluvia, las luces "inteligentes" que encendían al cerrar la puerta, el techo corredizo para los días de lluvia, la mesa desarmable de ajedrez. Nunca paraste de emprender ni de inventar.

Todo lo que practicabas y parecía tan raro, ahora está de moda: el poder de la arcilla, la dieta sana, el ejercicio diario, el reciclaje y el ahorro energético.

Ahora, a tus cien años, serías un gurú...


Cuando estabas aquí, tenía la certeza de la bondad, de la generosidad y del amor y a pesar de que a veces me despierto pensando que no tengo herramientas para combatir, porque las que me diste no sirven para eso, y me lleno de rabia, en el fondo creo absolutamente en que tenías razón y que quizá elegiste partir el día de la primavera, para que no me olvide de que las semillas que plantaste entre nosotros, aunque no las riegue, aunque las olvide, están vivas y siempre dispuestas , como tú tantas veces, a florecer.




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